El 12 de mayo de 1958, el aparato de seguridad del gobierno descubrió el inminente estallido de un alzamiento dirigido por Oscar Únzaga en La Paz y Mario R. Gutiérrez en Santa Cruz. La acción revolucionario empezó en la capital cruceña con la toma de la Prefectura, los edificios de YPFB, la Corporación Boliviana de Fomento, las oficinas de correos, teléfonos y telégrafos, contando con apoyo militar. Las autoridades fueron detenidas sin violencia y no se disparó ni un tiro porque no hubo resistencia.
Ignorando que el golpe había sido delatado, Oscar Únzaga se aprestaba a iniciar la movilización en La Paz, pero Radio Illimani comenzó a propalar que un “…movimiento separatista de la Falange había estallado en Santa Cruz y que el peso de la ley caería sobre los instigadores, autores y cómplices”. Anulada toda posibilidad de contacto entre los revolucionarios y las guarniciones comprometidas del Ejército y Carabineros en La Paz, todas bajo riguroso acuartelamiento tras la delación, el golpe de Estado quedó inviabilizado.
Temiendo una masacre, los rebeldes decidieron dejar Santa Cruz entregando la ciudad a la Unión Juvenil Cruceñista, que se había mantenido al margen del alzamiento falangista. La UJC hizo cargo de la ciudad, repuso a las autoridades del gobierno y todo volvió a la normalidad, solicitando la vigencia de garantías individuales en reguardo de la tranquilidad del pueblo cruceño. Pero el gobierno dio la orden de “recapturar” la ciudad.
El domingo 18 de mayo, cuatro mil campesinos de Ucureña, fuertemente armados, fueron movilizados en camiones y aviones con la misión de “escarmentar a Santa Cruz”. Saquearon casas, destruyeron bienes particulares, violaron mujeres de sectores humildes y buscaron a los jóvenes para “sentarles la mano”, sin siquiera evidencias de que fuesen enemigos del gobierno. Quedó en el recuerdo de la población que un joven llamado Benjamín Roda se encaró con José Rojas Guevara y le dijo que no tenía derecho a abusar de la gente. Roda fue sujetado por los milicianos, Rojas se le acercó revólver en mano y le propinó un golpe tan brutal en el rostro con el caño del arma que le partió el occipital, vaciándole un ojo. Otros jóvenes fueron torturados.
Cuatro grupos de falangistas huían por el monte, pero estaba marcada la suerte del quinto grupo, al que esperaba el suplicio en “Potrero del Naranjal”, hacienda cercana a la ciudad de Santa Cruz, propiedad de la familia Mercado, ubicada en el cantón Terebinto, donde habían recibido refugio.
El lunes 19, la casa estaba rodeada por cientos de ucureños. Don Ángel Mercado, un anciano, salió para hablarles en tono respetuoso y recibió un fuetazo. Su hijo Romer salió en su defensa. Recibió un balazo en el pecho y fue la primera víctima; tuvo suerte pues su muerte fue rápida y no sufrió el tormento que infringieron a los otros.
Sólo uno de esos infortunados conservó la vida pero nunca más pudo caminar. El resto fue sometido a suplicio inaudito, pues antes de matarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las vísceras y amputaron sus genitales en escenas de horror que han sido recogidas en libros, diarios e informes oficiales. Una comisión investigadora nacional reunió información, presentadas después de 1964. La conclusión expresa: “Sólo cabe destacar la ferocidad, salvajismo y crueldad de los ejecutores de las terminantes y concretas órdenes que recibieron”, responsabilizando entre los autores materiales a los dirigentes campesinos cochabambinos José Rojas Guevara y Jorge Soliz Román. De aquel pasaje macabro ha quedado un poema --Terebinto-- del vate beniano Pedro Shimose, un hombre probadamente honesto. Aquí algunos fragmentos:
Ay! Terebinto, Terebinto,
crujen los huesos de los destripados,
sangran los pies de los fugitivos que volvieron a los bosques
a pelear por lo que es nuestro.
Les sacaron los ojos.
Les sacaron la lengua.
Les cortaron los dedos
Uno a uno
Para que no puedan contar los días de la venganza
que se avecina con los segundos de los minutos,
con los minutos de las horas,
con las horas del porvenir,
con todo el rencor de nuestra soledad y desamparo.
……
Ay! Terebinto, Terebinto,
te llevaré por siempre en la memoria.