Por Fernando Molina (*)
Ricardo Sanjinés ha escrito una biografía de Oscar Únzaga que al mismo tiempo es una historia del partido que éste creó y dirigió, Falange Socialista Boliviana.
Con pluma y enfoque periodísticos, Sanjinés hace un pormenorizado recuento de la ideología, los otros dirigentes importantes y los hechos relevantes de Falange desde su fundación hasta la muerte de Únzaga en un hecho de sangre que, como muestra la propia aparición de este libro, no está del todo cerrado y sigue y seguirá dando de qué hablar.
Únzaga es uno de los personajes legendarios del siglo XX boliviano, en parte por la extraña muerte que encontró por culpa de la no menos extraña ocupación que había escogido para sí mismo: la conspiración política. Y la pregunta sobre si se mató o fue asesinado es una de esas cuestiones fascinantes y quizá irresolubles que excitan una y otra vez la imaginación de historiadores, periodistas y autores de ficción.
La biografía de Sanjinés retrata al líder de Falange y sus seguidores con simpatía, como puede verse desde el título (“Únzaga, la voz de los inocentes”). Sanjinés justifica algunas de sus decisiones porque éstas se tomaron por buena voluntad, según dice, o porque fueron parte de un tiempo distinto al nuestro, en el que emergieron políticos de distintas inclinaciones pero que tenían, todos ellos, la condición común de “revolucionarios”, es decir, de hombres capaces de causar los mayores sacrificios –tanto propios como ajenos– para imponer y tornar predominante su visión del mundo. Hombres que no dudaban respecto al uso de la violencia por razones de principio o históricas. Hombres que no creían en los derechos de las minorías, sino en la fuerza legitimadora e irresistible de la mayoría. Hombres que luchaban contra el orden establecido y encarnaban eso de lo que poco antes había hablado Ortega: la “rebelión de las masas”.
En efecto, los partidos que en los años 30 y 40 nacieron del descalabro del liberalismo, los efectos nacionales de la Gran Depresión y el ascenso mundial de las ideologías totalitarias, es decir, el MNR, el PIR-PCB, el POR y la Falange, todos ellos eran revolucionarios y preconizaban una ruptura total, holística, con el pasado y el presente del país.
Aun los partidos del viejo orden, esto es, el Liberal y el Republicano en sus distintas variantes, habían sido hasta entonces democráticos sólo en cierta medida, cuando la democracia no representaba riesgos serios para su dominio, pero se enfrentaron con la crisis que traía el advenimiento del nuevo orden nacionalista por medios violentos: organizaron varios golpes de Estado e incluso llegaron a apoyar activamente la asonada popular que en julio de 1946 acabó con el derrocamiento y el asesinato del presidente Gualberto Villarroel.
El antiliberalismo era entonces (más incluso que ahora) la norma, incluso en quienes lo reclamaban como ideología propia. Esto explica hechos que de otra manera resultarían incomprensibles, como la alianza entre la “rosca” y el PIR el 46, la proximidad entre Falange y el MNR hasta poco después de abril de 1952, la mezcla de marxismo con ideas fascistas en la declaración de principios del partido del nacionalismo revolucionario, la trayectoria de tantos militantes que se pasaron del izquierdismo (trotskista o estalinista) al MNR, o de Falange al izquierdismo, etcétera.
Ricardo Sanjinés retrata este tiempo y sus protagonistas con lujo de detalles y con decenas de declaraciones de primera mano obtenidas por medio de un destacable trabajo de investigación. Su mayor aporte es la reconstrucción y puesta en escena de los mismos sucesos que los historiadores suelen despachar con un relato sumario y que los ensayistas usamos apenas como materia prima de nuestras especulaciones. En esa medida, este libro es altamente aprovechable para todos, incluso para quienes no coincidan con el punto de vista de su autor sobre lo que él llama los “eventos del desmadre nacional”.
Uno de los posibles resultados de este libro, muy necesario en este tiempo en que nuestro natural novelero nuevamente mitifica la revolución como medio de transformación social y por tanto la Revolución Nacional como el momento fundamental de nuestra historia, es que se recuerde también, al mismo tiempo, que esta revolución fue autoritaria, intolerante, dolorosa y sangrienta para muchos bolivianos, y que estuvo llena de excesos inútiles, prepotencia y falsedades; en fin, que fue una revolución, con todo lo odioso que las revoluciones tienen, y que se nota con claridad cuando envejecen y el tiempo y la Realpolitik disipan un primer momento de emancipación y libertad.
Aunque no llegó al poder y su figura, por tanto, nunca fue la del represor, el censor, el burócrata (burócrata doctrinario, lo que hubiera coincidido más con su personalidad, o burócrata pragmático, como terminaron siendo muchos líderes del MNR), Únzaga fue un revolucionario o, lo que es lo mismo, un creyente. Una persona dotada de una fe espiritual, la católica, y también de una fe terrenal, que podemos describir como confianza absoluta en el poder de la probidad, la lealtad y el arrojo para transformar el mundo, mover mares y montañas, crear un nuevo país, fundar una nueva nacionalidad, inaugurar el futuro.
Únzaga fue un hombre de fe. Creyó en Dios, lo que es usual y no algo de lo que debamos hablar aquí. Pero además creyó en los hombres motivados por principios, y lo hizo con un fervor que ha impresionado perdurablemente a sus compatriotas, algunos de los cuales siguen viendo en él, por esta razón, un símbolo ético. Se trata, sin embargo, de una ética tremenda que no sólo busca lo que concibe como mejor, sino que no acepta ninguna otra cosa.
Siguiendo las páginas de este libro uno puede ver cómo Únzaga se convirtió poco a poco en eso que los hombres de su época veían en él: el hombre providencial. Cómo fue sobrepasado por su propia confianza en su misión redentora… El final trágico que tuvo fue la última y necesaria pieza de esta previsible transfiguración.
La primera pregunta que queda abierta, entonces, es de orden psicológico: ¿Qué explica que un hombre de fe se convierta en un guerrero?, ¿qué hace que el creyente se arme con una espada y llegue a decir que su recompensa no es otra que ésta, llevar esta espada como una carga y un privilegio?
La segunda pregunta, en cambio, pertenece al campo de la sociología, y es la siguiente: ¿Por qué razones un país demanda a sus hijos que se le entreguen en la ensoñación ideológica y el activismo político llevado al extremo del sacrificio personal? ¿Por qué la gran pasión de los bolivianos, la que más y mejores hombres y mujeres ha atraído, ha hecho sufrir y ha perdido, es la política? ¿Por qué sólo en la política encontramos un medio para elevarnos por encima de una forma de vida que, de no ser por ella, sería tan gris y previsible como pacífica?
El libro de Ricardo Sanjinés no responde estas preguntas, pero nos proporciona un valioso material para que lo hagamos nosotros mismos.
(*) El autor es periodista y escritor.
“(...) Únzaga fue un revolucionario o, lo que es lo mismo, un creyente. Una persona dotada de una fe espiritual, la católica, y también de una fe terrenal, que podemos describir como confianza absoluta en el poder de la probidad, la lealtad y el arrojo para transformar el mundo, mover mares y montañas...
Fuente: www.lostiempos.com