El 19 de abril de 1959 amaneció como un día más en la agitada vida política de Bolivia. Sin embargo, antes del mediodía, el país recibiría una noticia que cambiaría su historia: Óscar Únzaga de la Vega, fundador y líder de la Falange Socialista Boliviana (FSB), había muerto. La versión oficial habló de un suicidio. Pero desde entonces, decenas de voces —testigos, familiares, médicos forenses y compañeros de partido— han sostenido una verdad muy distinta.
A más de seis décadas de aquel suceso, el misterio sigue sin resolverse.
La versión oficial: un suicidio en medio del cerco
Según los comunicados del gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Óscar Únzaga se habría quitado la vida mientras la policía y el ejército rodeaban la casa donde se encontraba refugiado, en la zona norte de La Paz. Las autoridades aseguraron que, acorralado, optó por dispararse antes de caer prisionero.
El cuerpo fue hallado, afirmaron los informes iniciales, con una herida de bala en la cabeza. La prensa oficialista de la época replicó esa versión con rapidez. El mensaje era claro: el líder de la oposición había muerto por decisión propia, en un acto de desesperación política.
Pero los hechos nunca cerraron del todo.
Las inconsistencias que abrieron la duda
El primer cuestionamiento vino de los propios informes forenses. Documentos posteriores —algunos de ellos ocultos durante años— señalan que Únzaga presentaba dos disparos en la cabeza, una imposibilidad en un suicidio común. Médicos y allegados que vieron su cuerpo insistieron en que no se trataba de un solo tiro.
Además, quienes lo conocieron personalmente aseguraron que Únzaga no tenía el perfil de alguien que optaría por quitarse la vida. Aun en los momentos más duros, su carácter era de resistencia. Había soportado persecuciones, cárcel y exilio sin rendirse.
Los miembros de la Falange Socialista Boliviana denunciaron públicamente que se trató de un asesinato político, ejecutado para eliminar a su líder y acallar un movimiento que, en 1959, había logrado reorganizarse y ganar fuerza tras años de represión.
Testimonios y documentos: la historia fragmentada
Varios testimonios recogidos a lo largo de los años coinciden en detalles inquietantes. Algunos afirman que Únzaga fue capturado con vida, trasladado, y luego presentado como suicidado. Otros sostienen que los mismos agentes del régimen manipularon la escena del crimen para imponer su versión.
Las pruebas documentales son escasas y dispersas, muchas destruidas o perdidas en los cambios de gobierno. Aun así, sobreviven cartas, declaraciones y recortes de prensa que, puestos en contexto, dejan entrever que lo ocurrido el 19 de abril fue más que una muerte: fue un mensaje político.
La fecha, además, añadía un símbolo trágico. Únzaga murió el día de su cumpleaños, un detalle que su entorno consideró una cruel coincidencia imposible de ignorar.
Un silencio prolongado
Durante años, hablar de la muerte de Óscar Únzaga fue casi un tabú en la esfera pública boliviana. Los gobiernos posteriores prefirieron mantener el tema en la ambigüedad, sin investigar ni esclarecer los hechos. El resultado fue un silencio prolongado que permitió que el misterio se volviera parte del mito.
Hoy, ese silencio sigue resonando. La falta de una investigación oficial creíble y la fragmentación de las fuentes han hecho que el caso permanezca entre los enigmas más oscuros de la historia política del país.
¿Suicidio o asesinato?
Las preguntas persisten:
¿Se suicidó realmente Únzaga en su refugio?
¿Fue ejecutado para evitar que resurja una oposición política?
¿Por qué se destruyeron o se ocultaron tantos documentos?
Cada versión tiene sus defensores, pero ninguna ha podido cerrarse con pruebas definitivas. Lo que sí es indiscutible es que, desde aquel día, la figura de Óscar Únzaga se transformó: de político perseguido a símbolo moral de resistencia.
La verdad detrás del mito
“Únzaga: La voz de los inocentes” reúne por primera vez los documentos, testimonios y archivos que reconstruyen aquel episodio. No busca imponer una versión, sino mostrar las piezas dispersas del rompecabezas para que el lector forme su propio juicio.
Entender qué ocurrió el 19 de abril de 1959 no es solo una cuestión de historia: es una forma de mirar de frente una parte del pasado que Bolivia todavía no ha terminado de resolver.
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