octubre 9, 2025

¿Puede una conversación entre pensadores europeos, que ocurrió entre paredes de biblioteca y pasillos de universidades, dejar una marca indeleble en la escena política de un país lejano? 

Este ensayo propone que sí: ideas que parecían esferas lejanas y abstractas viajan, se acomodan en contextos locales y, sin perder su esencia, se volvieron herramientas para imaginar y construir liderazgos en Bolivia y Chile. En particular, explora cómo el pensamiento de Santo Tomás de Aquino y la modernidad intelectualmente audaz de Jacques Maritain –dos faros del razonamiento católico contemporáneo– pudieron haber sembrado semillas que influyeron en figuras como Únzaga de la Vega, fundador de la Falange Socialista Boliviana (FSB) en 1938.

Puentes invisibles: de la escolástica a la modernidad

Santo Tomás de Aquino ha sido, durante siglos, un punto de encuentro entre fe, razón y ordenamiento social. Su insistencia en la dignidad humana, la primacía de la ley natural y la armonía entre la ética y la política ofrece un marco para pensar la convivencia organizada sin perder de vista la trascendencia de la persona. En Latinoamérica, ese marco se tradujo a veces en una sensibilidad que busca justicia social dentro de un horizonte moral claro, sin dejar de lado la espiritualidad.

Jacques Maritain, con su proyecto de “humanismo integral”, aportó una lectura moderna de la dignidad y de la responsabilidad social: una síntesis entre libertad, verdad y bien común, articulada desde una ética que reconoce la necesidad de estructuras políticas que sostengan la participación ciudadana y la solidaridad. Maritain no propone un programa único, sino una orientación: la política debe servir al hombre en su totalidad, no reducirse a una lucha de intereses o a un puro cálculo técnico.

El viaje de las ideas: rutas y alianzas

Viajar ideas no es un traslado mecánico. Es un traslado que encuentra rescoldo en tradiciones locales, en universidades, en editoriales, en círculos de estudio, en revistas católicas y en redes de jóvenes intelectuales que buscan una voz que combine responsabilidad social y ética.

En Chile y Bolivia, la década de 1930 fue un terreno de encuentro entre catolicismo social y relecturas de la modernidad. Universidades, seminarios y asociaciones juveniles estudiantiles funcionaron como nodos donde se discutían cuestiones de justicia, autoridad y la posibilidad de una organización política que respondiera a las realidades de pobreza, desigualdad y conflicto social. En ese mosaico, las ideas del Tomismo renovado y de una ética política basada en la dignidad humana encontraron un eco que, con el tiempo, podría alimentar proyectos políticos que pretendían reformular la vida cívica sin abandonar la brújula moral.

Un concepto clave: el bien común como horizonte de acción

Tanto Tomás de Aquino como Maritain proponen que la política no es un mero juego de poder, sino un empeño orientado al bien común, entendido como la realización de una vida buena para todos. En contextos latinoamericanos, donde el Estado y la Iglesia a veces disputan espacios de influencia, esa insistencia en el bien común puede traducirse en una ética de la participación, la cooperación y la responsabilidad social.

Cuando una generación joven escucha estas ideas, puede entender la política no como lucha de intereses sino como tarea de ordenar la convivencia para que cada persona pueda florecer. Esa convicción tiene un poder pedagógico: inspira a construir movimientos políticos que se presentan con un rostro humano, que hablan de justicia social sin perder la dimensión espiritual que algunos dirigentes no quieren abandonar.

Únzaga de la Vega y el imaginario político que podría haber resonado

Únzaga de la Vega emergió como figura de un siglo que buscaba una identidad política propia para Bolivia, en un país que atravesaba tensiones entre tradición, modernidad y la aspiración de justicia social. Aunque su biografía es tan única como la historia de un país, es posible imaginar que el contexto intelectual que podría haberle hablado –en un marco de influencias europeas que se entrelazaron con realidades latinoamericanas– incluía la convicción de que la política tiene una dimensión ética y que la juventud puede jugar un papel decisivo para encauzar esa ética hacia la acción pública.

La idea de fundar una organización con una orientación nacional, decidida a renovar la vida cívica, puede leerse como una respuesta a la pregunta de cómo hacer que el bien común no sea una abstracción, sino una meta concreta que guíe la organización de la sociedad. En ese marco, las huellas de Santo Tomás y Maritain se vuelven una especie de brújula: no un programa rígido, sino una forma de pensar la responsabilidad de cada actor político ante la dignidad de la persona y la paz social.

El ADN de la enseñanza: ética, razón y acción

Ética: la dignidad de la persona, la pregunta por el fin y la justicia social. En la tradición tomista y la de Jacques Maritain, la ética no es un manual de comportamientos, sino una manera de entender la vida en comunidad: cómo gobernar, cómo distribuir bienes, cómo cuidar a los más vulnerables sin traicionar la verdad.

Razón: libertad responsable, búsqueda de la verdad, discernimiento en la acción. Una razón que no recorta la fe, sino que le exige responsabilidad ante la realidad concreta, incluyendo la crítica y la autocrítica.

Acción: la política como servicio, la participación cívica como deber moral, la justicia social como condición de posibilidad para la realización plena de la persona. Esta tríada –ética, razón y acción– ofrece un lenguaje para pensar proyectos políticos que buscan anclarse en valores universales sin perder la sensibilidad a las realidades locales.

Cómo leer estas huellas hoy

En la actualidad, la lectura de ideas europeas en Latinoamérica no debe quedarse en una genealogía fría de influencias. Es más fructífero entenderla como un diálogo vivo entre tradiciones: una conversación que atraviesa océanos, siglos y contextos para volver a preguntarnos qué clase de ciudadanía queremos construir.

Para lectores curiosos, una aproximación útil es mirar las redes entre pensamiento, educación y acción política: qué debates se dieron en universidades, qué revistas formaron las agendas juveniles, qué figuras culturales y religiosas articulaban la defensa de la dignidad humana en condiciones locales. Este enfoque permite ver la “influencia invisible” no como un puro eurocentrismo, sino como una conversación forma de madurar políticas que respeten la dignidad y promuevan la vida buena.

La biografía como punto de partida de una lectura más amplia

Este artículo propone una lectura creativa: no afirma hechos biográficos concretos, sino invita a contemplar la posibilidad de que ideas filosóficas europeas, en diálogo con tradiciones locales, sostuvieron una imaginación política capaz de inspirar movimientos y líderes en Bolivia y Chile. Únzaga de la Vega, como cualquier figura histórica que encarna un periodo de renovación y conflicto, puede entenderse mejor si se la sitúa dentro de ese paisaje de ideas que, aunque invisibles, quieren dejar una huella visible en la vida pública.

Si te interesan estas ideas y su materialización en la vida real de líderes y movimientos, te invito a explorar la biografía detallada de Únzaga de la Vega y el contexto de la Falange Socialista Boliviana. En particular, la obra “Únzaga: La voz de los inocentes” (Tomos I y II) de Ricardo Sanjinés Ávila ofrece un retrato riquísimo de la figura y de la época. Para más información y recursos, visita la página del libro: unzaga.info 

Y, si este enfoque te resulta relevante para tu lectura, considera dejar un comentario o compartir tu propia lectura sobre cómo las ideas pueden viajar sin perder su carga ética y su posibilidad de transformar la realidad.